domingo, 21 de octubre de 2012

Duelo contra la evolución (parte 1)

El pequeño Pedro ya no puede volar; le han cortado las alas antes de despegar. Le ha explicado su madre que no debe ir al parque cruzando la calle, porque es peligroso. Que no debe, tampoco, montar en bicicleta, por la misma razón; ni correr, ni saltar, ni... nada. La madre de Pedro se siente feliz, está orgullosa de lo protectora que es con su hijo. Mas cierto día llegó y le dijo: "¡Vamos, Pedro, ahora debes saltar!" 
"¿Saltar? ¿Qué es eso?" Pregunta extrañado el niño grande. 
"Maldita sea", gruñe su madre; "con veinte añazos y no eres capaz de hacer nada por tí mismo. Debería darte vergüenza."
"Pero, madre... tú me decías que nunca saltara... así que no sé saltar." 
"¿Encima me echas la culpa a mí? Desvergonzado..." Le da una bofetada en frustración; pero, sobre todo, porque sabe que es verdad. Entonces Ana se da cuenta de que quedarse embarazada, llevar a Pedro durante nueve meses en el vientre, darlo a luz... Nada de ello la ha calificado para ser una buena madre. Tenía miedo de que el hijo que tanto amaba sufriera, aprendiera, creciera. Ha sido tan egoísta que se está rompiendo por dentro, pero tiene que poner buena cara ante la familia, los amigos... Su vida es supuestamente perfecta. No importa si todo ha salido mal, si nada es como le gustaría: La felicidad en su mundo se basa en parecer más feliz que el prójimo, en ser envidiada. Así es, el frío sueño de esta mujer se basa en ser envidiada. Ser un ejemplo de lo que se supone es la felicidad en su mundo; sí, eso debería llamarse ser feliz. No se cuestionará jamás si de verdad podría llegar a ser feliz o no; necesita ser envidiada para saber que está haciendo lo correcto con su vida.
Pedro no sabe hacer absolutamente nada, es totalmente dependiente de su perfecta madre. Pero a él, además, le falta otra cualidad: es incapaz de ser feliz fingiendo serlo. Así es, este chaval parece ser la oveja negra en muchos sentidos.
Ahora quiere crecer, quiere ser feliz de verdad. Sabe que es tarde para él, que está en desventaja con todo el mundo. Pero no le importa; esa no es su carrera. Desde su punto de vista, cada persona corre en una pista separada, con salidas y metas diferentes. Un asterisco arcoiris de varios caminos multicolor que se cruzan en puntos fortuítos y aleatorios. 
Así que va a empezar la suya propia. Se coloca en sus marcas... Sabe que mañana por la mañana su madre estará trabajando; lo planifica todo con sangre fría, y ante ella una gélida sonrisa que, cómo no, le es indiferente.
Listos... Prepara un compendio mínimo de cosas que puede necesitar para su huída. El pecho le late con fuerza, su rostro está helado y su estómago ardiendo; va a salir a vivir su aventura, va a escapar del cascarón por fin con veinte años.
Y... fuera. Ana se ha ido a trabajar hace una hora, aproximadamente. Su maleta y sus pies, ligeros; todo lo demás ya no le hace falta. Con un ligero temblor de nerviosismo en las manos deja sus llaves en un cajón. No se las va a llevar; si acaso sucumbe al deseo de volver a su dulce corral, ya no existirá esa posibilidad. Su yo de ahora le envía ese mensaje a su yo futuro.
Abre la puerta y siente el viento del rellano en el rostro, como nunca antes. El aire de la casa parece tan viciado, tan sucio... <<claro, huele a corral>>, piensa; y el del portal es tan fresco, tan renovador... pero, al mismo tiempo, tan frío y áspero, también da miedo. La seguridad obtenida de vivir en su corral se está disipando lentamente. Se acaba de dar cuenta de que si no se va ahora jamás lo hará; es que da mucho miedo irse fuera de esas paredes protectoras.
Un impulso mezcla de orgullo, afán por la aventura y deseo de libertad lo echan afuera de un empujón, y cierra la puerta con un gran golpe decisivo. No quiere ascensor, no quiere nada. Baja corriendo por las escaleras. Se cruza con un vecino en un rellano, y lo fulmina con una veloz mirada salvaje. <<Ellos viven en sus jaulas, no me pueden comprender>>. Sigue descendiendo rápidamente y a trompicones. Llega al portal y sale como si hubiera cruzado la meta de la carrera de los cien metros lisos. Mas no se para; continúa corriendo, usando su limitada determinación como combustible. Se aleja. Esto es real, lo está haciendo. Cada zancada lo está alejando de aquella casa para no volver. Pasa media hora, y está cansado; una hora, y se encuentra exhausto. Continúa su marcha andando. Su jaula tiene varias capas; ahora debe salir de la ciudad. Se está acercando a las afureras, ya no ve los altos edificios de antes.
Tras casi otra hora andando ya se están terminando las casas. Está la sucia carretera, artificial, tan fría, y tan dura, tan llena de humos. Tan humana. Toma el primer camino que encuentra a la izquierda, sin tan siquiera sospechar a dónde le llevará. Anda y anda sin parar, el sendero se mete por un frondoso bosque y atraviesa algunas montañas. Cada vez se ve la ciudad más lejos, y poco a poco va desapareciendo... la sustituye el limpio, inmenso horizonte, trono del indiscutible del rey Sol. Siente un alivio que le sube desde el estómago. Lo ha hecho, se está marchando de verdad. Y está feliz, ya no alberga temores. Camina hasta que ya no puede más, come algo que lleva en la mochila y se echa a dormir en cualquier lecho de hierba medianamente cómodo. Se encuentra en medio de ninguna parte, pero aún demasiado cerca del corral. Debe alejarse aún más. Pero eso ya será mañana. 
Tras breves instantes le invade el sueño, y cae profundamente dormido. Tiene un bonito sueño donde todo es comodidad y felicidad. Es un niño de cinco años. Su mamá le dice todo lo que debe hacer, la vida parece tan fácil. "No corras..." "No saltes..."
Se despierta con lágrimas en los ojos, el sol todavía no ha emergido de entre las montañas. Echa de menos su casa, su comodidad; su corral. Pero tras unos instantes se le pasa, y vuelve a tener la mente clara. El sol tan majestuoso en el horizonte, sus hojos rebosan de brillo. Ahora nada puede ir mal. El muchacho no conoce lo que hay más allá de la montaña, pero ya no tiene miedo. Todo lo que necesita es el brillo del sol sobre él, la caricia del viento en su piel. Se pone de pie con decisión, los lechosos rayos quiebran el alba en una metáfora de su grandioso renacer.
Echa a andar sin prisa, pero sin pausa. Debe alejarse más de su ciudad-corral, debe ir a la deriva hasta encontrarse a sí mismo. Ahora sus ojos y oídos se están limpiando. Es capaz de ver y oír cosas que ni siquiera sabía que existían, el mundo rebosante de vida a su alrededor. Camina atravesando monte tras monte, en una línea recta que lo va distanciando más de su antigua vida.
Desde entonces vaga viendo el mundo, conociendo toda la belleza que existe afuera del corral. Van pasando algunos días, algunas semanas, luego meses... Ahora no queda nada en él de lo que alguna vez fue. Larga melena y barba, parece más un ermitaño que otra cosa. Calmado y despreocupado, sus ojos desprenden la sonrisa de aquél que ha visto el mundo tal y como es, sin velos ni cortinas. Se ha hecho salvaje, y ha sobrevivido. Conoce la justicia del bosque, la única y verdadera ley de la naturaleza. Hoy ha visto un pueblo abajo de la montaña, y decidió ir a verlo. Hace mucho tiempo que no visitaba uno. Entró y, logicamente, la gente le miraba raro. No se parecía en nada a ellos. Pero además él apreciaba otra cosa: Esos ojos, que le miraban con extrañeza y temor, habían perdido completamente su brillo. Un profundo color mate, como el fondo de un pozo, parecía emanar de ellos. Sus sonrisas parecían tan vacías como sus miradas. Y al fin se dio cuenta. Para él todos esos seres eran ahora tan irrelevantes... (continuará XD)

Siguiente: Duelo contra la evolución (parte 2) 

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Duelo contra la evolución by Ignacio García Pérez is licensed under a Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 Unported License.

3 comentarios:

  1. O.O interesante , me gusto, esperare la continuacion, exelente XD

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  2. Amazing! Para cuando el siguiente? ;)

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  3. Intentemos uno por semana... aunque no prometo nada, ya que prefiero la calidad que la cantidad (ya se sabe, la inspiración que va y viene XD). Por cierto, he editado esa parte de "los lechosos quiebran el alba" por "los lechosos rayos quiebran el alba". Sí, faltaba la palabra "rayos" XD. Ésta es mi segunda historia larga, que voy a ir escribiendo a la par con "El Alma del Gladiador" (os invito a echarle una ojeada, a fecha de hoy va por el capi 5). Solo diré que os esperan algunas sorpresas XD

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