Después
de la llamada se puso un delantal que, como casi todo, le quedaba
cómicamente grande. “La la la...” Hime cantaba graciosamente
mientras cocinaba. Nunca olvidaré su forma de tratar los
ingredientes.
Peló
tres patatas que quedaron al tercio de su tamaño original,
prácticamente cúbicas. Las lavó y las puso en un plato. A
continuación troceó torpemente algunas verduras con un cuchillo y
después algo de carne. Agarró botes de especias sin discriminar a
ninguna y diversos ingredientes que encontró por ahí. Echó un
cangrejo entero, algunas gambas, setas... y lo puso a cocer todo en
un puchero. Tras un rato comenzó a hervir, y el olor que aquello
emanaba era un poco extraño. Lo siguió cociendo ¡hasta que se
evaporó toda el agua de la cazuela! Entonces lo volcó en una fuente
y lo dejó enfriar.
Diligentemente
fregó los platos, utensilios y cazuelas usados en la batalla, y a
continuación llevó el resultado a la mesa frente al comensal.
“¡Voila! ¡Pastel de cangrejo y gambas!” Yo puse cara de
degustador pedante y lo olí. Hice una mueca de 'bueno, el olor puede
pasar' y lo probé. Cogí un poco con una cuchara, soplé para no
quemarme y me lo metí en la boca. El sabor era algo difícil de
describir, así como la textura. Se me hizo un nudo en la garganta y
lo tragué como buenamente pude. Ante mí una Hime con los ojos
brillantes esperaba mi veredicto. Aquello tal vez ni siquiera era
comida. Aún así me lo comí todo (hasta el cangrejo).
“Gracias
por la comida. Tenía un sabor muy original.”
Y
ahí estaba de nuevo su sonrisa de vendedor de seguros: “No hay de
qué, señor. Vuelva a este restaurante cuando quiera.”
En
los sucesivos días Hime realizó todo tipo de labores, con su gracia
y torpeza características. Con su pequeño cuerpo cogía la
cortacésped como si se quisiera colgar de ella; y con la red de
limpiar la piscina parecía una hormiga arrastrando una enorme rama.
Todo esto sumado a su lindo rostro parecía una auténtico chiste
gráfico. Aguantaba la risa como podía, para no desmotivarla, y en
ocasiones me tapaba la boca como tosiendo. Ella, que no era tonta, me
miraba arrugando el morro, luego giraba la cabeza con un ¡mph! Y
seguía a lo suyo como si nada.
Fueron
unas semanas muy divertidas. Quién querría ir a algún parque de
atracciones, pudiendo ver esto cada día.
Ya
era casi septiembre, y se acercaba la fecha de la matrícula. Hime no
había parado de trabajar, pero jamás había pedido nada a cambio.
Éste era el escenario perfecto, aquí no se podría negar. Hice
algunas llamadas, todo estaba preparado. Ella tenía nivel de sobra
para entrar en el curso especial, y ahora también tendría el
dinero. Ya había tenido en cuenta la pega de que ya no estaríamos
más en la misma clase, pero eso sería lo mejor para ella. No podía
olvidar la tristeza que por descuido advertí en su rostro, el día
que me estuvo curando las heridas.
Ella
se había convertido en mi única razón de existencia. Y aún por
encima de eso estaba su sonrisa; su felicidad. No dejaría que
nunca nadie más la hiciera daño. Pero tenía miedo. Puede que
alguien estuviera planeando tomar represalias contra nosotros. Para
no involucrarla y echar a perder su brillante futuro, debía hacerme
fuerte y velar por ella. Eso es; lo bastante fuerte para protegerla
desde la penumbra. Me convertiría en la sombra de su sol, anónimo
guardián de aquel radiante brillo. El plan era perfecto. Puesto que
mis padres eran tan ricos, no habría nada más de lo que
preocuparse. Ella podría continuar estudiando, y yo seguiría siendo
feliz junto a ella.
“¡Hime!”
“¿Qué
pasa?” Apareció con sus pintas de jardinera.
“¡Pfff!”
“¡Oye,
no te rías!”
Ahora
finalmente todo estaba a mi favor. “Dentro de poco es tu
cumpleaños, ¿verdad?”
“Así
es.”
“Pues
tengo una sorpresa para tí, pero tenemos que ir a un sitio a
buscarla. De modo que mañana ponte guapa para la ocasión, ¿vale?”
“¿Una
sorpresa? ¡De acuerdo! ¿Pero qué es? ¿Un juego? ¿Una camiseta?”
Sonreí
con la malicia del mismo demonio: “No re lo voy a decir...”
“¡Jooo,
por lo menos una pista!”
“Está bien; pero sólo una: no es
ninguna de las cosas que has dicho.”
La
acompañé hasta medio camino hacia su casa, como era habitual. Su
rostro y sus gestos de nerviosismo era algo buenísimo de ver. Se
notaba que no podía esperar a ver la sorpresa. Tan sólo esperaba
que esa noche al menos pudiera dormir.
“Entonces
mañana te voy a buscar a casa sobre las diez de la mañana o así.”
Nos despedimos.
El
día siguiente amaneció luminoso y despejado. Me vestí, desayuné y
fui a buscar a mi Hime. Estaba muy emocionado, la verdad es que me
moría de ganas de ver su cara cuando descubriera cuál era la
sorpresa. Aunque todavía albergaba un pequeño miedo de que no
quisiera aceptarla, tenía argumentos de sobra para convencerla. Salí
de casa, el sol me deslumbraba.
Iba
dando brincos de la ilusión, así que llegué a su casa realmente
rápido. Aún eran las nueve y media, así que fui al río cerca de
su casa a lanzar piedras y hacer 'ranas'. Cuando casi daba la hora
fui y llamé a la puerta. Oí unos pasos estrepitosos: “¡no,
espera, ya abro yo!”
<<Realmente Hime está exaltada, esto va
a ser muy bueno.>> Antes de que ese pensamiento se esfumara de
mi mente la puerta se abrió como un resorte, absorbiendo el aire a
mi alrededor.
Aunque
era muy pobre llevaba un vestido muy bonito, y dos coletas con unas
cintas en el pelo que le sentaban muy bien. La verdad es que me quedé
un poco atontado viéndola. “¡Kota! ¿Qué pasa? ¿Qué te parece
mi vestido? ¿Crees que estará a la altura de la ocasión?”
“¡Guau!
Te aseguro que sí. Ahora de verdad eres 'hime'...”
Himawari
se ruborizó ligeramente y me dio una palmada en el hombro: “¡Venga,
exagerado!”
“Entonces,
lo prometido es deuda. Tenemos que ir a un sitio.”
“¡Sí! ¡Por
fin mi sorpresa!” La niña saltaba como un muelle. Comenzamos a
caminar por la calle, saliendo a la izquierda de su portal. Nuestro
destino no estaba lejos de allí, pero intencionadamente la llevé
dando un rodeo para desorientarla un poco. Salimos de un callejón,
frente a un edificio de muchas plantas.
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