Anterior: El Alma del Gladiador Capítulo 3
Hime en el suelo aplastada por un abusón, su rostro aterrado y sus ojos llorando de desesperación. Fue más de lo que yo nunca podría soportar. Ni siquiera siendo un niño rico; ni siquiera siendo un cobarde; ni siquiera siendo un “bueno para nada” hijo de papá.
Hime en el suelo aplastada por un abusón, su rostro aterrado y sus ojos llorando de desesperación. Fue más de lo que yo nunca podría soportar. Ni siquiera siendo un niño rico; ni siquiera siendo un cobarde; ni siquiera siendo un “bueno para nada” hijo de papá.
Mi
voz se desgarró en un grito de muerte. Iba a morir allí. Ya no
había remedio, la habían hecho demasiado daño. Alguien debía
morir allí para compensarlo. No importa si era uno de ellos, o era
yo. <<Esto es el fin>>. Me abalancé sobre él con un
placaje, y conseguí que se quitara de encima suyo. Me miró con
rostro goloso, como si fuera su presa.
Aquélla
era la sonrisa que tanto temía. Mas los muertos no temen. Y yo ya
había renunciado a la vida. Me golpeó pero le cogí la mano y le
clavé mis dientes hasta hacerme sangrar de la boca. Me siguió
golpeando hasta lanzarme lejos de él. Caí al suelo pero me volví a
levantar y escupí un trozo de carne. Al parecer se cogía la mano
dolorido e incrédulo, sangrando mucho. Los otros cuatro se me
echaron encima y comenzaron a golpearme, pero haría lo mismo. Cuando
conseguí atrapar un brazo lo mordí todo lo que pude. Mi boca
chorreaba sangre, y comenzaron a mirarme aterrorizados, uno de ellos
cogiendo su brazo parcialmente descarnado con pavor.
“¡Estás
loco! ¡Maldita sea, vamos a un médico!” “¿Vamos a la
enfermería del cole?” “¡No, idiota, qué le vamos a decir al
encargado?” Tomaron una dirección opuesta y se marcharon todos,
acompañando a los heridos.
Lo
había conseguido. Había roto la pesadilla que tantas veces me había
asaltado. Inevitablemente, como comienza la lluvia, comenzaron a
manar de mis ojos lágrimas de alegría; al tiempo que mis piernas
flaqueaban llevándome al suelo de rodillas. Con mi ropa hecha
jirones y mi boca tintada de rojo, parecía un loco. Mi Hime allí
tendida también había llorado. Se secó las lágrimas y se
incorporó de cintura para arriba. Se acercó hasta mí y sin mediar
palabra me abrazó. Su boca junto a mi oído susurró: “Nunca te
pedí que lo hicieras, pero gracias por protegerme. Protejámonos
siempre el uno al otro”. Sentir aquellas palabras vibrando en mis
oídos hizo que mis dolores de mi cuerpo se esfumaran, y me invadió
una oleada de paz.
Nos
levantamos y fuimos a mi casa, como hacíamos a menudo. Mi hime se
ofreció a curar mis heridas, diciendo además que no permitiría que
nadie más lo hiciera. Con sus papos hinchados no tenía nada que
hacer, de modo que le dije a una sirvienta que le prestara algunas
cosas de primeros auxilios. Hime se fue con ella para cogerlos
(suponía que también le daría algunos consejos).
Al
rato apareció por la puerta, con una enorme caja llena de cosas. Se
acercó y con bastante esfuerzo la posó en el suelo. Cuando se
levantó pude apreciar algo... “¿Ehhh? ¿Pero qué es esa ropa?”
Al tiempo que decía esto, la sirvienta cerraba la puerta, dejando
entrever una sonrisa de resignación y ladeando los ojos. En mi casa
mi Hime tenía permitido hacer lo que se le antojase, condición que
a menudo solía llevar a situaciones absurdas como esta.
“Bueno...
ya que te voy a curar... pensé que me vería mejor vestida de
enfermera”. Decía esto con una bonita cara de ilusión, mientras
lucía una enorme bata blanca que llevaba arrastrando por el suelo y
¡una cofia de sirvienta! No pude reprimir una sonrisa, que terminó
desembocando en sonoras carcajadas. Aunque me doliera todo el cuerpo,
aunque pasaran cosas malas,... ¡por esto merecía la pena vivir!
Lejos
de sentirse ofendida por mis risas, parecía que le agradaba el hecho
de que su atuendo me hiciera tanta gracia. Alegremente y tarareando
una canción desafinada (que aderezaba la situación) metió su mano
en aquella enorme caja de Pandora. Sonriendo de oreja a oreja como un
vendedor de seguros sacó un atornillador de baterías con una enorme
broca y exclamó: “¡Señor paciente, dígame dónde le duele!
Vamos a llegar al fondo del problema.”
Yo
hice ademán de asustarme: “Esto... no, realmente ya no me duele
nada, la verdad es que se me ha pasado de repente”. Ella guiñó un
ojo con incredulidad y de nuevo metió la mano en la misteriosa caja.
Esta vez sacó ¡un matasellos! Me miró sonriendo: “Entonces,
vamos a matar el tiempo”. Y empezó a darle con el matasellos a mi
reloj. Era imposible, no podía más. Me reía tanto que me dolía la
tripa, y daba mil gracias a dios porque había podido proteger esto.
Lágrimas de risa (o de felicidad, no lo sé muy bien) corrían por
mi rostro mientras mi hime ponía su típica cara de <<yo no he
roto un plato>>.
No
sé si lo hacía aposta o simplemente era su conducta, pero debo
reconocer que aquello me relajó. A continuación Hime sacó de la
caja algunas gasas, agua oxigenada y algunos otros productos de
primeros auxilios. El antiséptico me ardía en las heridas y me
quejaba, ante lo cual ella decía, con su sonrisa pícara: “si lo
prefieres, puedo utilizar el taladro”. “¡No, no, creo que está
bien así!” decía yo con una expresión que debia parecer una
mezcla entre diversión y miedo.
Se
agachó a sacar algo más de la caja, y entonces me percaté. Su
rostro estaba triste. <<Claro, es normal que esté preocupada.
He hecho que se ponga triste>>. Era lógico, estábiamos muy
unidos y el sufrimiento de uno era como el del otro.
Así
pasó la agitada tarde, hasta que Hime vació la 'caja de
ocurrencias'. El sol se puso en el horizonte y Hime debía volver a
su casa. “Vamos, te acompaño.” Dije casualmente como siempre.
“No, señor paciente. Creo que después del tratamiento con el
taladro de baterías necesitará algo de reposo”. De nuevo estaba
usando su sonrisa de vendedor. “Estoy bien, no te preocupes. Sólo
quiero pasar unos minutos más contigo.” (En realidad quería
asegurarme de que no le ocurría nada de camino a su casa, pero sabía
que si le decía eso no me iba a dejar acompañarla). Hime se puso
cómicamente colorada y no dijo nada. Comenzamos a caminar. “Vale,
pero entonces dame la mano.” Antes de terminar de decir esto ya me
la había arrebatado.
El
trayecto fue agradable y divertido; íbamos contando cosas graciosas.
Aún así, yo estaba seguro de que aunque no hubiéramos dicho una
palabra lo hubiera sentido igual. Simplemente era divertido estar con
ella, ver cómo andaba, cómo movía sus ojos, los gestos 'made in
Hime' que sólo ella sabía hacer...
Siguiente: El Alma del Gladiador Capítulo 5
Siguiente: El Alma del Gladiador Capítulo 5
El Alma del Gladiador by Ignacio García Pérez is licensed under a Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 Unported License.
Me gusta mucho, sigue así! ;)
ResponderEliminar